Rendida admiración… admirar rendidamente…
¿No es acaso, ciertamente, la admiración una rendición? Porque estamos en lucha constantemente: somos soberbios y nos negamos a reconocer en los demás. Nos resistimos. No quisimos ponernos de rodillas ante nadie, porque siempre hubo el respeto para otorgar antes que la admiración.
Hemos sido derrotados.
¿No es acaso, ciertamente, la admiración una rendición? Porque estamos en lucha constantemente: somos soberbios y nos negamos a reconocer en los demás. Nos resistimos. No quisimos ponernos de rodillas ante nadie, porque siempre hubo el respeto para otorgar antes que la admiración.
Hemos sido derrotados.
4 comentarios:
A veces la derrota se convierte en la más hermosa de las victorias.
Poetess!...set the captives free!...
Rafael: la derrota es dulcísima a veces, efectivamente.
Con un entendimiento y empatía cuya calidad y profundidad conoces, dejo aquí, a su suerte, este fragmento:
"Toda su sangre se movía y despertaba en ella, llenaba sus arterias con un ardor perturbador, como un árbol de púrpura que hubiera dilatado sus ramas bajo las umbrías celestes del bosque. Se volvía una inmóvil columna de sangre, despertaba con una angustia extraña; le parecía como si sus venas fueran incapaces de contener un instante más el flujo espantoso de aquella sangre que brincaba en ella con furia al solo contacto del brazo de Albert, y que iba a brotar y salpicar los árboles con su cálido chorro, mientras de ella se apoderaba el frío de la muerte cuyo puñal creía sentir clavado entre sus dos hombros. Entonces soltaba temblorosa el brazo de Albert y se tendía a sus pies en el musgo, escondiendo su cabeza bajo su brazo replegado para que él no leyese aún en el fondo de sus ojos su abrumadora derrota. Y mientras de pie, apoyado en una rama baja, él dirigía hacia ella el centelleo de sus ojos crueles y lúcidos, con un abandono y una confianza angélicos, ella, como una esclava enteramente sometida, alzaba hacia él como una plegaria los tesoros de un cuerpo que le estaba completamente consagrado."
--Julien Gracq, "En el castillo de Argol", 1938
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