Cartel de La que se muere de sed, producción de la Escuela Superior de Arte Dramático de Córdoba
Cuando leo a Lorca, el erotismo que impregna todo lo que escribe me embriaga. Imposible no sentirlo, como una fuerza que está más allá de todo aquello que pone los límites: la razón a nuestra cabeza, la sociedad a nuestro comportamiento. Como corriente subterránea, ahí está: en las canciones de las muchachas que lavan, liviano y juguetón pero al mismo tiempo ominoso, como una presencia de la que "beware-beware"; en los consejos de las viejas, solicitados o simplemente ofrecidos entre dientes, inmiscuyéndose, juzgando -pero ellas saben para lo bueno y para lo malo; ahí, por fin, en los actores del drama, presencia intensa pero casi ignorada con negligencia. Nadie dice nunca "me consumo de deseo" -ese grado de autoconciencia: no hace falta. Lo sabemos, apretándonos la garganta -cuánto me gusta decir: "con la garganta estrangulada" -hasta que se desencadena -el deseo, la tragedia, ambos.
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